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 Queridos amigos: Me dirijo a todos los que venís a esta casa de la calle Prim los jueves por la tarde. Algunos hace años que llegasteis y a partir de estas tertulias, en las que hemos hablado de todo lo que se nos ocurría, ha surgido entre nosotros una amistad que más puede llamarse “fraternidad de espíritu”. Esto ha ocurrido porque nosotros así lo hemos querido y nos hemos abierto a ello y porque nos hemos encontrado con esa suerte misteriosa o regalo que llamamos “amor y amistad”. Yo doy gracias de Dios porque cada uno de vosotros es para mí un “tesoro encontrado”.

Otros habéis llegado hace poco tiempo. Alguno, quizá sea la primera vez que franquea la puerta de esta casa antigua y destartalada. No sé la primera impresión que os produciremos, pero somos como somos y con el tiempo nos iremos conociendo. Así ha ocurrido con todos los que estamos aquí. Cada uno ha venido de lugares distintos y por circunstancias diversas hemos confluido en este salón donde venimos “a charlar de lo humano y lo divino”.

Yo hace cuarenta años que estoy aquí, recibiendo gente nueva. Los que vienen suelen ser gente joven, más o menos como vosotros. Pero algunos de los primeros jóvenes ya se han convertido en “abuelos” y con ellos conservo una amistad entrañable. Hemos vivido experiencias irrepetibles, felices y dolorosas que nos han unido en lo más profundo de nuestro ser. Podemos decir que formamos una “familia espiritual”. Gracias a ellos nos hemos podido reunir en esta casa durante estos años.

   Para seguir leyendo pulsa aquí 14enero1999  

Viernes Santo 1986

Pulsa aquí para escucharlo.

Jueves Santo 1986

Pulsa aquí para escucharlo.

Carta 8 abril 1996

Queridos amigos:
Otra vez quiero comunicarme con vosotros. Al escribiros
estas letras voy repasando vuestros rostros y me imagino
que estoy hablando con cada uno, como lo hemos hecho
durante tantos años en nuestra casa de la calle Prim. Para
mí es un ejercicio revitalizador y que me hace remotivar mi
razón de ser como cristiano y como sacerdote.
El impulso a ponerme a escribir me lo ha brindado una
conversación que he tenido hace unos días con una persona a
quien yo quiero mucho y que está relacionada con Prim por
múltiples lazos familiares. Nos enrollamos por teléfono y
entre las cosas de que hablamos se me quedó grabada una
frase que se le deslizó y a la que yo entonces no le presté
mucha atención. Sin embargo, durante algunos días la frase
me seguía golpeteando insistentemente:
«En tu última carta se notaba un transfondo de profunda
tristeza en relación a Prim».
Es curioso, la frase que me seguía hurgando en mi
interior no me empujó a releer mi carta anterior, para
verificar si efectivamente en ella se podía descubrir este
transfondo de tristeza, sino que me impulsó directamente a
reflexionar si a lo largo de mi vida ha habido siempre un
trasunto de nostalgia y de tristeza. Recuerdo que hace
tiempo, Enrique Fombella me había dicho algo parecido.
Poco a poco he ido descubriendo que, efectivamente, esto ha
sido así, especialmente desde que soy sacerdote.
Últimamente he visto nítidamente que tenía que ser así, si
me sumerjo en la realidad existencial de sacerdote educador
en la que Dios ha querido colocarme.

Para seguir leyendo: 8abril1996.pdf

Tesis de Paco

La experiencia del Misterio. Ontofanía concreta de Gabriel Marcel

Pulsar aquí para descargar la Tesis de Paco
http://eprints.ucm.es/2270/1/AH2001501.pdf

Una de las taras que he podido observar en la última
etapa de mi acción pastoral con jóvenes universitarios,
aunque también estaba presente en otras épocas, es lo que
yo me atrevería a denominar «personalidades
esquizotímicas», «microcardíacas» o simplemente «niños
autistas» creciditos en años.
Son personas que no saben transcender de su concha
individualista, centrados en sí mismos y que están
incapacitados para el amor concreto, ya sea para amar a
alguien o para descubrir el amor que se les tiene. Estas
personas son frágiles y vulnerables. Sus reacciones
defensivas son muy peligrosas: pueden llegar hasta la
violencia. Esta enfermedad es una psico-pandemia contra la
que hay que luchar, descubriéndola a tiempo, como el
cáncer.
Por todo esto me atrevería a afirmar que la pregunta
que a veces nos hacemos: «¿qué ha sido para tí la
experiencia de Prim?», puede ser un magnífico test
proyectívo psicológico. Se podría afirmar: «dime tu
respuesta y te diré quién eres».
Quien ve en la experiencia pasada en la comunidad de
Prim solamente un lugar donde unas personas se han
encontrado y han intercambiado ideas y no ha descubierto el
amor que se les ha ofrecido, tiene que revisar su saber
mirar la propia historia y la misma realidad.

Para seguir leyendo: 15feb96.pdf

El juego de pensar

¡Hola! Me llamo Paco. Hace muchísimos años que dejé de ser niño.
Pero conservo algo de los niños que yo no quiero perder. Me gusta
mucho jugar. Y creo que debemos aprender a jugar cada vez mejor y
a escoger los juegos más interesantes. Porque hay juegos que son
un verdadero rollo.
Entre mis juegos favoritos hay uno que practico todos los días,
aunque este juego no se puede practicar delante de la gente, y
mucho menos cuando hay visitas serias. Se considera de mala
educación. Es el juego de silbar.
Hay que aprender a silbar. No todo el mundo sabe silbar y hay
gente que lo hace muy mal. Silbar es hacer música con los labios.
Los silbidos fuertes molestan a las personas, pero los entienden
muy bien los perros, los caballos y las ovejas. Los pastores
producen unos silbidos que entienden perfectamente los animales y
saben lo que se les quiere decir.
Pero el silbido musical no es tan fuerte, es un poco más bajito,
más dulce y se puede hacer música como a uno le guste. Si uno
sabe silbar no necesita aparato en el coche y no necesita llevar
auriculares del “walkman”. Cada uno se fabrica su música
particular y se pueden inventar músicas nuevas que a veces
resultan muy bonitas o al menos a cada uno le parece que son
bonitas.

Si quieres seguir leyendo pulsa aquí: El juego de pensar

Mi amigo Kuki

Hoy os quiero presentar a otro amigo. Su historia es bastante triste, aunque también
tiene su aspecto bonito y alegre.
Llegué a Peguerinos un sábado por la tarde. Paré el coche en la verja de la entrada,
para abrir y poder entrar. Al bajar y poner pie en tierra se me acercó un perro, todavía
jovencito. Era un pastor alemán de color muy oscuro. El lomo tenía el pelo casi negro.
A distancia se me quedó mirando. Yo le saludé, como hago a todos los animales,
cuando no hay gente que puedan pensar que estoy un poco loco y le lancé un cortés “¡Hola!”
El perro desconocido se dio cuenta del saludo, hizo un gesto de acercarse, adelantando
sus patas delanteras y tocando con su pecho el suelo, se quedó mirando fijamente.

Para seguir leyéndolo descárgalo de aquí: Mi amigo Kuki

Leer en pdf: a-eduardo-1972.pdf

Leer aquí en pdf: a-eduardo1-1969.pdf