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Archive for the ‘Cartas a Prim’ Category

Queridos amigos:
Otra vez quiero comunicarme con vosotros. Al escribiros
estas letras voy repasando vuestros rostros y me imagino
que estoy hablando con cada uno, como lo hemos hecho
durante tantos años en nuestra casa de la calle Prim. Para
mí es un ejercicio revitalizador y que me hace remotivar mi
razón de ser como cristiano y como sacerdote.
El impulso a ponerme a escribir me lo ha brindado una
conversación que he tenido hace unos días con una persona a
quien yo quiero mucho y que está relacionada con Prim por
múltiples lazos familiares. Nos enrollamos por teléfono y
entre las cosas de que hablamos se me quedó grabada una
frase que se le deslizó y a la que yo entonces no le presté
mucha atención. Sin embargo, durante algunos días la frase
me seguía golpeteando insistentemente:
«En tu última carta se notaba un transfondo de profunda
tristeza en relación a Prim».
Es curioso, la frase que me seguía hurgando en mi
interior no me empujó a releer mi carta anterior, para
verificar si efectivamente en ella se podía descubrir este
transfondo de tristeza, sino que me impulsó directamente a
reflexionar si a lo largo de mi vida ha habido siempre un
trasunto de nostalgia y de tristeza. Recuerdo que hace
tiempo, Enrique Fombella me había dicho algo parecido.
Poco a poco he ido descubriendo que, efectivamente, esto ha
sido así, especialmente desde que soy sacerdote.
Últimamente he visto nítidamente que tenía que ser así, si
me sumerjo en la realidad existencial de sacerdote educador
en la que Dios ha querido colocarme.

Para seguir leyendo: 8abril1996.pdf

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Carta 15 dic 1995

Queridos amigos:
Hace aproximadamente un año que os escribía una carta con
ocasión de mis setenta años de vida y que, sorprendentemente,
coincidió con el incidente del infarto que me obligó a celebrar mi
cumpleaños en el hospital.
Hoy, cuando ha pasado un año de lo sucedido os quiero
manifestar que me encuentro perfectamente recuperado, gracias a la
atención de mis médicos -algunos, antiguos amigos de nuestra
comunidad – y a las oraciones de los que han rezado por mí. Además
de la medicación prescrita, el pasear ha sido un factor
importantísimo de recuperación que me ha posibilitado poder rezar
por vosotros y sentirme unido espiritualmente a todos los que han
pasado por nuestra comunidad.
Este tiempo de reflexión y oración me ha suscitado algunos
pensamientos que hoy os quisiera transmitir con la sencillez y
confianza con que hemos charlado tantas veces en nuestra casa.
En primer lugar, he pensado en la dificultad que tenemos los
miembros de nuestra Asociación al pretender explicar a los demás lo
específico del modo de ser de nuestra comunidad, ya que se funda en
una experiencia personal y comunitaria de formación cristiana
integral, recibida especialmente en la edad juvenil, paralela al
tiempo de nuestra formación profesional, generalmente en la
universidad.
Las demás obras de la Iglesia, por su naturaleza, tienden a
mantener a sus afiliados dentro de su estructura y así, en un
momento dado, pueden exhibir el número y cantidad de sus socios y
crecer y aumentar su organización, su función y poder eclesial y
social. Tienen un sentido, -como decimos nosotros- centrípeto. Y
pueden repetir de sí mismas aquella frase histórico: «Estos son mis
poderes». Las instituciones de la Iglesia de tipo territorial lo
tienen aún más fácil ya que la cercanía de la vivienda facilita la
posibilidad física de sentirse comunidad humana y eclesial. Este es
el papel insustituible de las parroquias.
Nuestra Asociación o comunidad tiene unas características
peculiares que tenemos que descubrir para no perdernos al exigirnos
lo que no nos pide ni el mismo Dios. Estas comunidades personales
centradas en la formación cristiana -catecumenado inicial básicoque
proyectan a sus miembros a vivir en la diáspora del mundo de
los hombres, tienen siempre una pobreza y fragilidad extrema.
Tienen el mínimo de organización y estructura institucional. La
dimensión carismátíco-personal es tan esencial y nuclear, que en el
momento en que no haya una persona concreta que encarne su ideal y
sus fines, estas comunidades desaparecen. Solamente reaparecerán
donde existan personas que movidas por el espíritu recibido
empiecen a encarnarse en otras obras de la Iglesia o crearán otras
obras.

Sigue leyendo: 15dic95.pdf

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