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Queridos amigos:
Otra vez me apresuro a escribiros. La reunión anterior
fue movida, densa y aparentemente caótica. Alguno de los amigos
comen-taba que fue tan apretada que quizá asustó a alguien que tal
vez saliera huyendo y no volviera otra vez. Estos son los riesgos
que tiene este método donde la “lluvia de ideas” puede convertirse
en aluvión y desastre. Si embargo, si superamos la primera mirada
“superficial” y dirigimos la “segunda mirada” más profunda se
tocaron los temas fundamentales para esta etapa de nuestro grupo.
Yo diría que fue providencial y ni “a posta” se hubiera conseguido
centrar la temática que es necesaria para una nueva andadura de
nuestra “tertulia”.
En primer lugar yo diría a los que se encontraron algo
acomplejados por su silencio, que participar en un grupo de diálogo
no significa “hablar mucho”. Hay momentos en que es mejor escuchar
que hablar. Hay silencios muy participativos. El que escucha en
silencio puede ver mucho mejor lo más profundo del diálogo, los
defectos que se cometen y por contraste, captar cual sería lo
verdaderamente positivo que se echa en falta. Escuchar en silencio
permite emitir un juicio crítico y saber valorar mejor la dinámica
del diálogo. Cuando uno está metido apasionadamente en una polémica,
apenas se da cuenta de cómo va la cosa.
Esto no quiere decir que se deje el campo libre para los que
se apoderan del diálogo y no tengan en cuenta a los demás. No
debemos acaparar la conversación de tal modo que impidamos
participar a los que quieran hacerlo. Y debemos darnos cuenta de
que a todos les gusta “meter baza”.
Otro tema que creo que quedó clarificado fue la distinción
entre “Filosofía” y “Teología”. Ya lo decía en la última carta, la
Filosofía es “el conocimiento sistemático de todas las realidades,
buscando el último “porqué” y usando solamente la razón natural”.
Es la búsqueda humana de la verdad hasta donde se pueda llegar con
las fuerzas naturales. Los antiguos la definían: “scientia omnium
rerum, per ultimas causas, naturali lumine acquisita”. Es
desarrollar esa inquietud que tienen los niños cuando empiezan
preguntar : “por qué ?” Todos somos de alguna manera filósofos
cuando nos “asombramos” ante la vida y no dejamos de preguntar el
“por qué” y el “para qué”.

Sigue leyendo: 5_marzo_1999.pdf

Queridos amigos:
Otra vez me atrevo a escribiros para completar algunos
conceptos que en la anterior no tuve más remedio que pasar por
alto para no alargarme más. Como habréis observado en nuestras
reuniones, hay tantas cosas de las que hablar y de las que
necesitamos aclarar ideas que es imposible decirlas todas de
una vez. Cada paso que avanzamos se abre más el horizonte de
todo lo que puede ser objeto de nuestras tertulias.
La razón de todo ello es que la mente humana tiene avidez
de conocer todo lo conocible y en la medida en que avanza en
su conocimiento se abre la puerta de todo lo que ignoramos.
Cada vez que sabemos más, experimentamos nuestra ignorancia.
Es la “docta ignorancia” de los sabios.
Solamente puede aprender el que conoce sus limitaciones y
está conven-cido de que necesita de alguien que le enseñe. El
que piensa que nadie le puede enseñar se encierra en su propia
ignorancia.
Pero todavía es más funesto pensar que toda educación es
manipulación y rechazar la posibilidad de que los hombres
enseñen y aprendan. Es el individualismo absoluto que pone la
autonomía y autosuficiencia como atributo máximo del ser del
hombre. Es el “solipsismo” que degenera en autoidolatría y que
si abrimos los ojos vemos a nuestro alrededor. Y lo más grave
es que esta visión del hombre se ha convertido en la filosofía
que subyace en otras ciencias humanas, como la psicología y la
educación. Es muy difícil descubrir y refutar esta concepción
del hombre y estudiar las consecuencias negativas para la
sociedad y para el mismo hombre. Pero no habrá más remedio que
decidirse a realizar un debate serio y desen-mascarar la carga
destructiva de esta filosofía aparentemente inocua.
En mi carta anterior os hablaba de los diversos niveles
epistemológicos y del respeto que merecen las ciencias en sus
objetos y sus métodos. La confusión de estos niveles produce
en nosotros un caos mental y un desgarro cerebral. Nos metemos
en callejones sin salida y nos creamos problemas insolubles.
Hoy quisiera insistir en dos ciencias que suelen llamarse
“instrumentales o formales”. Son instrumentos de los que se
sirven las otras ciencias. Sin ellas no sería posible la
sistematización de los saberes humanos. Los mismos datos de
los que partimos para pensar, si no los ordenamos y los
relacionamos unos con otros de forma que podamos
intercambiarnos los conocimientos, constituirían una nebulosa
informe que se desarrollaría en el interior de cada individuo.
No podría haber comunicación entre los hombres.
La primera y fundamental de estas ciencias es la LÓGICA. Por
medio de ella descubrimos “el recto orden de nuestros
conceptos”. La mente humana necesita ver la relación existente
entre unas ideas o proposiciones y otras. Necesitamos “ver” la
conexión que existe entre las “palabras” y las “afirmaciones”
de los que dialogan con nosotros. Si no existe cierta
“homogeneidad” lógica no podemos entendernos ni realizar el
“diálogo constructivo”, es decir, un diálogo por el cual nos
enriquezcamos mutuamente y avancemos con las aportaciones de
los demás.

Sigue leyendo: 22febrero19992.pdf

Queridos amigos:
Me dirijo a todos los que venís a esta casa de la
calle Prim los jueves por la tarde. Algunos hace años que
llegasteis y a partir de estas tertulias, en las que
hemos hablado de todo lo que se nos ocurría, ha surgido
entre nosotros una amistad que más puede llamarse
“fraternidad de espíritu”. Esto ha ocurrido porque
nosotros así lo hemos querido y nos hemos abierto a ello
y porque nos hemos encontrado con esa suerte misteriosa o
regalo que llamamos “amor y amistad”. Yo doy gracias de
Dios porque cada uno de vosotros es para mí un “tesoro
encontrado”.
Otros habéis llegado hace poco tiempo. Alguno, quizá
sea la primera vez que franquea la puerta de esta casa
antigua y destartalada. No sé la primera impresión que os
produciremos, pero somos como somos y con el tiempo nos
iremos conociendo. Así ha ocurrido con todos los que
estamos aquí. Cada uno ha venido de lugares distintos y
por circunstancias diversas hemos confluido en este salón
donde venimos “a charlar de lo humano y lo divino”.
Yo hace cuarenta años que estoy aquí, recibiendo
gente nueva. Los que vienen suelen ser gente joven, más o
menos como vosotros. Pero algunos de los primeros jóvenes
ya se han convertido en “abuelos” y con ellos conservo
una amistad entrañable. Hemos vivido experiencias
irrepetibles, felices y dolorosas que nos han unido en lo
más profundo de nuestro ser. Podemos decir que formamos
una “familia espiritual”. Gracias a ellos nos hemos
podido reunir en esta casa durante estos años.
No hace falta decir que soy sacerdote y el “cura” es
cura aun después de muerto, aunque gran parte del tiempo,
como veréis, no ejerzo “de cura”. Yo no nací cura, sino
que me metí a cura cuando, después de prepararme, me
decidí a dar ese paso. Antes que cura soy hombre y
cristiano. Por eso según el momento me veréis hablar como
“un hombre cualquiera” (de tejas abajo) como un
“cristiano” o como un “sacerdote” (de tejas arriba). Todo
dependerá de lo que me vayáis pidiendo vosotros. He
procurado siempre ponerme al nivel que se me pida.
La creación de estos grupos de diálogo surgió cuando
se abrió esta casa y forma parte del fin fundacional. Es
necesario ayudar a la gente joven y acompañarla a
desarrollar su personalidad integral. Para ello debemos
ayudarnos a saber reflexionar, expresarse con precisión,
escuchar, dialogar y a través del encuentro personal,
abrirnos a los valores que vayamos descubriendo.
Profundizar hasta donde seamos capaces. Todo dependerá de
la capacidad y empeño que pongamos en esta tarea.

Sigue leyendo:  14enero1999.pdf

Salmos

I
Señor, qué grande eres,
la inmensidad no puede contenerte,
el universo es una pavesa
desprendida del fuego de tu hoguera.
Los años luz que rompen nuestra mente
cuando intentamos hacernos una imagen
de tales magnitudes
son para ti canicas pequeñitas
en las manos de un niño.
Cuando contemplo la grandeza del cielo
en la noche estrellada
tu aliento tibio y puro
penetra en mis entrañas
como el perfume dulce
del seno de mi madre.
Qué grande es tu belleza,
Señor de la belleza.
Cuánta hermosura salió de tu palabra
el dia de la creación.
Las auroras y las puestas de sol,
los paisajes de belleza infinita,
las flores de colores radiantes,
los insectos de diseños ocultos,
todo es para mí,
hombrecillo pequeño y solitario,
una sonrisa cercana y cariñosa
que cura soledades
y hace que no me sienta
nunca solo.

Para seguir leyendo: salmo.pdf

Sonetos

1 – El corazón solo
1
Vamos haciendo solos la andadura
bajo el sol o las lluvias torrenciales,
entre valles umbríos o arenales
con sueños de razón o de locura.
Hay abismos inmensos de ternura
que pugnan por brotar en manantiales
que sueñan con semillas y rosales
mientras se mueren en la gruta oscura.
Caminamos los unos junto a los otros
deseando tomarnos de la mano
y al fin ese temor que nos detiene.
Soñamos con fundir el yo en nosotros
– vacilamos ante ese intento vano –
y es soledad quien con nosotros viene.
Francisco Caballero 1970

Para seguir leyendo: sonetos_de_francisco_caballero.pdf

Tú no has venido
a cargar nuestras pobres espaldas
con fardos pesados.
Tú no has venido
a traernos leyes escritas
en leyes de piedra.
Has venido a cambiarnos el corazón
para hacerlo humano,
de carne sensible,
y así convertirlo
en ley universal de amor.
Tú no has venido
a traernos ideas
con las que podamos luchar
unos con otros
y así hacer del mundo
un campo de batalla.
Tú has venido
a encarnar un ideal
en tu propia vida,
de compañero nuestro,
y así elevarnos
a tu propia altura,
que es la altura de Dios.
Tú has venido para ofrecer el camino
de la felicidad,
plenitud desbordante.
Danos la luz
para caminar
en la luz.

Sigue leyendo: caminos-de-la-felicidad.pdf

Carta 15 dic 1995

Queridos amigos:
Hace aproximadamente un año que os escribía una carta con
ocasión de mis setenta años de vida y que, sorprendentemente,
coincidió con el incidente del infarto que me obligó a celebrar mi
cumpleaños en el hospital.
Hoy, cuando ha pasado un año de lo sucedido os quiero
manifestar que me encuentro perfectamente recuperado, gracias a la
atención de mis médicos -algunos, antiguos amigos de nuestra
comunidad – y a las oraciones de los que han rezado por mí. Además
de la medicación prescrita, el pasear ha sido un factor
importantísimo de recuperación que me ha posibilitado poder rezar
por vosotros y sentirme unido espiritualmente a todos los que han
pasado por nuestra comunidad.
Este tiempo de reflexión y oración me ha suscitado algunos
pensamientos que hoy os quisiera transmitir con la sencillez y
confianza con que hemos charlado tantas veces en nuestra casa.
En primer lugar, he pensado en la dificultad que tenemos los
miembros de nuestra Asociación al pretender explicar a los demás lo
específico del modo de ser de nuestra comunidad, ya que se funda en
una experiencia personal y comunitaria de formación cristiana
integral, recibida especialmente en la edad juvenil, paralela al
tiempo de nuestra formación profesional, generalmente en la
universidad.
Las demás obras de la Iglesia, por su naturaleza, tienden a
mantener a sus afiliados dentro de su estructura y así, en un
momento dado, pueden exhibir el número y cantidad de sus socios y
crecer y aumentar su organización, su función y poder eclesial y
social. Tienen un sentido, -como decimos nosotros- centrípeto. Y
pueden repetir de sí mismas aquella frase histórico: «Estos son mis
poderes». Las instituciones de la Iglesia de tipo territorial lo
tienen aún más fácil ya que la cercanía de la vivienda facilita la
posibilidad física de sentirse comunidad humana y eclesial. Este es
el papel insustituible de las parroquias.
Nuestra Asociación o comunidad tiene unas características
peculiares que tenemos que descubrir para no perdernos al exigirnos
lo que no nos pide ni el mismo Dios. Estas comunidades personales
centradas en la formación cristiana -catecumenado inicial básicoque
proyectan a sus miembros a vivir en la diáspora del mundo de
los hombres, tienen siempre una pobreza y fragilidad extrema.
Tienen el mínimo de organización y estructura institucional. La
dimensión carismátíco-personal es tan esencial y nuclear, que en el
momento en que no haya una persona concreta que encarne su ideal y
sus fines, estas comunidades desaparecen. Solamente reaparecerán
donde existan personas que movidas por el espíritu recibido
empiecen a encarnarse en otras obras de la Iglesia o crearán otras
obras.

Sigue leyendo: 15dic95.pdf

Mundo invisible

Vamos a seguir pensando en el maravilloso mundo invisible.
Hay que saber descubrirlo si no queremos perder lo más
importante de la vida de las personas. Es el mundo de las
cosas que no son “cosas”, de las “realidades” que se ven
con los ojos de la mente y los dedos del corazón.
Y yo volvería a referirme a mi amigo Alfonso. Este amigo no
solamente me hace pensar cuando habla, sino en muchos de
sus gestos y a veces en sus silencios. Todo nos puede hacer
pensar.Me gustaría que vierais a Alfonso cuando hay visitas en su
casa. No he visto nunca a un niño tan serio. Cuando hay
personas que él no conoce, se pone muy tieso, como un
militar alemán, pasa por en medio de las visitas y parece
que va marcando el paso. Me recuerda a un personaje
histórico, Bismarck, al que llamaban el “Canciller de
Hierro”. Si pusiéramos un bigote grande en la cara de
Alfonsito, -yo se lo pinto con la imaginación- parecería un
Kaiser alemán. Ni un gesto, ni una mirada. Parece otro
niño, o mejor, no parece un niño.

 

Para seguir leyendo pulsa aquí: Mundo invisible

Hace algunos años, entre los múltiples cargos que tenía que
ejercer, uno de ellos era el de profesor de filosofía en un colegio
parroquial. Un día estaba en clase explicando una de las lecciones
del programa en la que se estudiaba «el problema de la realidad»,
una introducción al estudio de la metafísica.
Ya comenzada la clase apareció una alumna norteamericana que
estaba en España en un intercambio cultural de jóvenes estudiantes.
La acogimos con toda cordialidad y antes de proseguir la lección le
sugerí:
– Quizá sea para tí un poco abstracto el tema que hoy tenemos
que estudiar. Es la iniciación a la metafísica. Ella me contestó:
– No importa, el tema me gusta mucho. Yo también he estudiado
filosofía, pero no ha sido en la escuela, sino en la iglesia.
– ¿A qué iglesia perteneces? Le pregunté. Ella me contestó:
– A la iglesia católica.
Esta anécdota me ha hecho reflexionar durante estos años. No
sé si la decisión de explicar filosofía y educar a pensar era obra
del párroco de la iglesia, del obispo de la diócesis o de la
conferencia episcopal norteamericana. Pero con toda mí alma me sentí
impulsado a aplaudir tal decisión y desde entonces me pregunto si en
España habrá algún párroco, obispo o la Conferencia Episcopal a
quien se le ocurra caer en la cuenta de que la fe cristiana requiere
como elemento esencial un desarrollo mínimo de la inteligencia para
la personalización de la fe.

Para seguir leyendo descargue este fichero: Cristianos que piensan.pdf

Ana

¡Qué guapa era Ana cuando tenía 9 años. Una niña delgada,
grácil, estilizada, elegante. Tenía el pelo y los ojos castaño
claro. Sus ojos eran grandes, brillantes, de una profundidad
misteriosa. Su sonrisa, solo esbozada, gótica, en un semblante
más bien serio.
A mí me recordaba el modelo de los cuadros de Boticelli con su
esbeltez florentina. La Primavera, Venus, la Virgen de la
granada. Era una niña que causaba respeto. Parecía que nos
encontráramos en presencia de una princesa renacentista.
Sus padres, a los que yo había conocido cuando eran muy jóvenes,
los había casado y había bautizado a todos sus hijos, querían
que antes de hacer la primera comunión Ana y su hermana menor
vinieran a hablar conmigo para tener unos encuentros
catequéticos.
Ana me había dicho que ella no se aburría nunca, que le gustaba
pensar y que se quedaba ratos muy largos pensando en silencio.
Que cuando pensaba, dejaba volar su imaginación y así parecía
que estaba viendo una película.
Habíamos estado hablando de Dios y de que todos los hombres
habían tenido alguna vez, cada uno a su manera, cierta
experiencia de Dios, alguna experiencia religiosa.

Para seguir leyendo pulsa aquí: Ana.pdf