Queridos amigos:
Otra vez me apresuro a escribiros. La reunión anterior
fue movida, densa y aparentemente caótica. Alguno de los amigos
comen-taba que fue tan apretada que quizá asustó a alguien que tal
vez saliera huyendo y no volviera otra vez. Estos son los riesgos
que tiene este método donde la “lluvia de ideas” puede convertirse
en aluvión y desastre. Si embargo, si superamos la primera mirada
“superficial” y dirigimos la “segunda mirada” más profunda se
tocaron los temas fundamentales para esta etapa de nuestro grupo.
Yo diría que fue providencial y ni “a posta” se hubiera conseguido
centrar la temática que es necesaria para una nueva andadura de
nuestra “tertulia”.
En primer lugar yo diría a los que se encontraron algo
acomplejados por su silencio, que participar en un grupo de diálogo
no significa “hablar mucho”. Hay momentos en que es mejor escuchar
que hablar. Hay silencios muy participativos. El que escucha en
silencio puede ver mucho mejor lo más profundo del diálogo, los
defectos que se cometen y por contraste, captar cual sería lo
verdaderamente positivo que se echa en falta. Escuchar en silencio
permite emitir un juicio crítico y saber valorar mejor la dinámica
del diálogo. Cuando uno está metido apasionadamente en una polémica,
apenas se da cuenta de cómo va la cosa.
Esto no quiere decir que se deje el campo libre para los que
se apoderan del diálogo y no tengan en cuenta a los demás. No
debemos acaparar la conversación de tal modo que impidamos
participar a los que quieran hacerlo. Y debemos darnos cuenta de
que a todos les gusta “meter baza”.
Otro tema que creo que quedó clarificado fue la distinción
entre “Filosofía” y “Teología”. Ya lo decía en la última carta, la
Filosofía es “el conocimiento sistemático de todas las realidades,
buscando el último “porqué” y usando solamente la razón natural”.
Es la búsqueda humana de la verdad hasta donde se pueda llegar con
las fuerzas naturales. Los antiguos la definían: “scientia omnium
rerum, per ultimas causas, naturali lumine acquisita”. Es
desarrollar esa inquietud que tienen los niños cuando empiezan
preguntar : “por qué ?” Todos somos de alguna manera filósofos
cuando nos “asombramos” ante la vida y no dejamos de preguntar el
“por qué” y el “para qué”.
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